por Santiago González – En los últimos años hemos asistido al fenómeno que, desde que cierto escritor Alemán de la primera mitad del siglo XX lo nombró así, es conocido como ”la decadencia de Occidente”. Los valores tradicionales de Occidente, arraigados en lo que se cristalizaba como siglos y siglos de cultura y desarrollo, se han perdido en el mar de materialismo en el que se ha convertido la vieja Europa.
Ante esta situación, cortesía de la post-modernidad, se han dado, desde finales del siglo XX hasta nuestros días, focos de resistencia, grupos y asociaciones que buscaban, y aún a día de hoy buscan, salvar aquello que Occidente, y más concretamente Europa, ha perdido.
La recuperación de los valores tradicionales europeos no es tarea fácil. Hay puntos de vista contrarios y diversos entre sí en estos baluartes de esperanza verdaderamente europea, lo cual los ha llevado a una serie de divisiones y fracturas en sus filas, creando nuevas corrientes de pensamiento alternativo, a cada cual más interesante y trabajada.
Es en el seno de la post-modernidad donde nace la corriente de pensamiento que nos ocupa hoy en estas líneas: el eurasianismo.
Es posible que todos hayamos oído acerca del eurasianismo, pero lo veamos como una idea abstracta, poco nítida y con unos puntos de vista que, como pilares, se tambalean en nuestra mente. Ante el desconocimiento general de esta posición geopolítica, intentaré hacer una breve introducción aquí mismo, lo más divulgativa y accesible que se pueda.
El eurasianismo, más concretamente, el neo-eurasianismo, que nos ocupa hoy, es una cosmovisión del mundo que adapta las ideas geopolíticas que implican la unión cultural euroasiática y, por otra parte, una teoría cultural que se caracteriza por una idea claramente en contra del Occidente actual y sus valores, y por el tradicionalismo euroasiático, poniendo así a Rusia como centro geopolítico de la teoría en la gran mayoría de casos.
Hace unos días leíamos en este mismo espacio un artículo de Alain de Benoist que hablaba de la necesidad de olvidar Occidente, pues ya nada de puro queda en este concepto, y sus siglos de tradición, heroísmo y pasión han sido sustituidos por el Occidente que conocemos hoy en día: un símbolo de degeneración moral, capitalismo liberal y ateísmo ferviente. Ante esta situación, los pensadores eurasianistas visualizan a Europa oriental como una sociedad que aún mantiene sus valores tradicionales y que puede salvar al mundo de la catástrofe cultural que pretende el liberalismo. Rusia, espada de la tradición y de los valores que un día fueron europeos, sería la última esperanza de vida para Europa.
Hay que comprender que para asimilar las teorías eurasianistas, se debe asimilar antes la situación geopolítica oriental y más concretamente de Rusia, país en el que conviven cientos de etnias, distintas entre sí y que ha pasado por muchos cambios territoriales a lo largo de su historia. Vemos un claro ejemplo en Ciscaucasia (Distrito federal del Cáucaso Norte) donde tenemos una mayoría de población musulmana. O la República de Sajá, con una cultura y una tradición deslumbrantes, donde abunda la población esquimal y asiática. Teniendo en cuenta que la situación histórica del país no ha ejercido división política entre estos pueblos más que en contadas ocasiones, los pensadores eurasianistas descartan aplicar a su cosmovisión las teorías raciales que han caracterizado a muchos grupos nacionalistas de Europa; focos de resistencia de los que antes hablábamos.
Actualmente, las teorías eurasianistas carecen de una representación política en Occidente, aunque en países como Rusia han conseguido introducir su mensaje en la población y, a su vez, ha sido impulsado por intelectuales como el ya conocido Alexander Dugin, que consiguió calificar al actual presidente de la nación rusa como eurasianista, asegurando que ”Vladimir Putin se acerca cada vez más a la Cuarta Teoría Política”, caracterizada por ser la propulsora de la ”revolución del pensamiento eurasianista”, si es que se la puede calificar así.
Dugin se inspira en varios pensadores para formular su teoría, pensadores como Julius Evola, Martin Heidegger o René Guénon, que impulsan su criterio hasta lo esotérico y ayudan a consolidar las ideas de la teoría más firme entre la oleada neo-eurasianista. A pesar de rechazar las teorías raciales dada la situación geopolítica, étnica e histórica de Rusia, también rechaza la unipolaridad mundial a la que nos somete el neoliberalismo dominante en la actualidad, proponiendo una multipolaridad mundial, reconociendo las identidades de los distintos pueblos, de sus etnias y de sus culturas, y con su correspondiente preservación.
Dejo a criterio personal la aceptación de las ideas de los pensadores como el señor Dugin, pero si hay algo que está claro, es que Occidente, tal y lo conocemos, supone una carga, y como consagró el señor De Benoist, ha de ser olvidado. Verdaderamente, las teorías eurasianistas son una puerta a la tumba del Occidente podrido y degenerado que conocemos, con unos valores olvidados y un rumbo social caótico, que sólo puede desembocar en la quiebra económica y la autodestrucción cultural de las naciones europeas, antaño conocidas por su valentía y su sentido de la comunidad tradicional, que ahora yacen enterradas bajo el capitalismo más enfermizo y suicida.
Fuente: El Espía Digital
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