por Alexander Dugin – Un estudio objetivo e imparcial del destino religioso, cultural e histórico del pueblo judío puede dar lugar a una gran conclusión, que sólo podrá ser cuestionada por completos hipócritas o diletantes. Dicha conclusión es la siguiente: los judíos son portadores de una cultura religiosa que es profundamente diferente de todas las demostraciones históricas de la espiritualidad indoeuropea, de los antiguos cultos paganos al hinduismo y el cristianismo. El aislamiento voluntario o forzoso de la diáspora judía en relación a los pueblos indoeuropeos no puede ser un episodio casual de la historia, y ningún judío ortodoxo negará jamás la base teológica subyacente de esta «peculiaridad» judía. La cuestión judía, no importa por quién o cómo fue planteada, debe comenzar con el reconocimiento de este hecho fundamental: «los judíos son una comunidad que mantiene el secreto de sus diferencias radicales respecto a otros pueblos». Si no admitimos esta distinción, entonces simplemente es un sinsentido hablar de la cuestión judía.
Obviamente, la distinción entre personas y comunidades es lo que constituye, estrictamente hablando, su esencia y singularidad histórica y espiritual. La distinción entre comunidades étnicas es también el instrumento para definir su percepción de la propia identidad. Y donde estuvo presente en la civilización indoeuropea, que aglutina una variedad de formaciones étnicas, estatales y políticas, la comunidad judía siempre fue experimentada como algo extraño, como algo profundamente ajeno al modo de pensar y a la cultura de los indoeuropeos.
La investigación, por un lado, de los principios metafísicos sobre los que se basa la metafísica judía, y por otro lado, del espectro tradicional indoeuropeo unido por un «estilo» metafísico común, muestra de manera inequívoca que la distinción básica entre la teología de los judíos y la teología de los indo-europeos es una forma de comprender el cosmos. El judaísmo ve el mundo como una creación alienada de Dios, como un exilio, como un laberinto mecánico, en el que vaga el pueblo elegido, cuya misión real no se encuentra en las famosas victorias de Josué, hijo de Nun, o del profeta Esdras, sino en los trágicos giros de la diáspora. En particular, la diáspora corresponde bien precisamente al espíritu del judaísmo clásico, trazando un abismo insalvable entre el Creador y la Creación.
Las tradiciones indoeuropeas, incluyendo el cristianismo, que se extendió principalmente entre los indoeuropeos, insisten en una visión completamente diferente del cosmos. El cosmos indoeuropeo es una realidad viva, que está conectada directamente con Dios o, al menos, con el Hijo de Dios. Incluso en los tiempos más oscuros, en la Edad del Lobo sobre la que habla la tradición nórdica, la conexión entre la Creación y el Creador, los habitantes del espacio y el Caos Primordial, no está rota. Continúa a través del milagro de la Eucaristía, en la que un vínculo misterioso y continuo permanece ininterrumpido a pesar de las más terribles persecuciones contra la Iglesia, o a través de la superación heroica, o través de un ascetismo valiente y salvífico. La conciencia religiosa indoeuropea es una conciencia predominantemente indígena, una conciencia conectada con el suelo en lugar de con la dispersión, con la posesión en lugar de con la pérdida, y con la conexión en lugar de con la separación.
Fue esta diferencia fundamental en relación a la perspectiva global la que inicialmente trazó una línea entre la visión del mundo judía y la comprensión indoeuropea de lo Sagrado. Los judíos ortodoxos, de acuerdo con sus propias perspectivas religiosas y místicas, consideran a los no-judíos como «goyim» (los no-judíos). En mucha literatura existente en lengua inglesa, los indoeuropeos son percibidos como «optimistas infantiles e ingenuos», que no se dan cuenta de los terribles secretos del Abismo, del drama teológico de la dispersión y los terribles secretos de la diáspora cósmica. Los indo-europeos, por su parte, creen que «el pesimismo religioso» de los judíos deforma las proporciones del Cosmos Sagrado, le quita sus energía salvíficas, profanando la tierra, el espacio, el tiempo y el destino único de los pueblos indígenas. Es necesario comenzar la búsqueda al nivel de aquella distinción primordial e insalvable, que encarnó históricamente las diferencias éticas, nacionales, culturales, políticas y económicas entre los «judíos» y los «helenos». En cierto sentido, la afirmación de San Pablo el Apóstol según la cual «no hay judíos, ni helenos» lleva consigo un sabor «indoeuropeo,» porque en el contexto de la llamada providencial de la religión cristiana a los pueblos del norte – a los indoeuropeos-, la misma lleva en sí la idea de que «no hay judíos», mientras que lo «heleno» (modificado y convertido, más no obstante todavía «helénico»), sí existe. El carácter antijudío del mensaje cristiano fue perfectamente comprendido por los judíos ortodoxos (lo que afectó al Talmud), por los Padres de la Iglesia, y posteriormente por la mayoría de los teólogos cristianos ortodoxos.
Nuestras visiones del mundo son diferentes, y son asimismo bastante opuestas. Además, a veces las mismas son mutuamente excluyentes. Pero el propio reconocimiento de esta oposición eleva nuestros espíritus a las alturas de un problema puramente metafísico. ¿Fue en oposición a los fariseos que el Salvador formuló el principio fundamental de nuestra nueva religión indoeuropea?
Un diálogo metafísico con la metafísica judía, la tradición judía y el espíritu judío debería comenzar necesariamente al más alto nivel. No hay duda de que esta audaz colisión de dos universos metafísicos es capaz de despertar la adormecida conciencia sagrada de los indoeuropeos. Fue asimismo mediante la negación total de los «imperios goyim» que la clara y perfeccionada doctrina judía se construyó durante milenios. En lugar de una semi-reconciliación débil y ecuménica basada en la negación mutua de nuestras profundas tradiciones, una oposición libre y floreciente entre las metafísicas de la «diáspora» y el «enraizamiento» ofrecerá una fuerza original, un aspecto providencial sagrado al diálogo indoeuropeo/judío.
Llega un momento en el que hay que llamar a las cosas por su verdadero nombre. Las energías de nuestras comunidades étnicas, nuestros instintos «religiosos», teológicos y sacros pronto irrumpirán a través de los jirones de las doctrinas antinaturales, insolventes, irreales y no explicativas (ya sean marxistas, economicistas o liberales). Para evitar que estas energías sigan el terrible camino del odio ciego y de la violencia, debemos alzar de antemano los estandartes metafísicos de la lucha inevitable del futuro, debemos establecer reglas caballerescas y no admitir la transformación de la gran y profunda disputa metafísica en una «guerra total», sobre cuyos riesgos alertó el inteligente jurista alemán Carl Schmitt.
La diferencia entre la guerra metafísica y la guerra física es que la primera apunta a una victoria en forma de síntesis tradicional de la Verdad, mientras la segunda aspira a hacer ganador sólo a uno de los dos partidos en lucha. Ninguno de los métodos físicos es aceptable en esta oposición histórica dramática. Los campos de concentración alemanes demostraron que se puede destruir a los judíos, pero no al judaísmo. Por otro lado, los comisarios hasídicos fueron incapaces, a pesar de todo su sanguinario genocidio, de eliminar la población del eterno «Imperio ruso».
Incluso estos ejemplos demuestran que la «cuestión judía» y la «cuestión goyim» son imposibles de resolver por la fuerza física. En relación a la malicia judía – un arma de la «minoría eterna» – la historia demuestra que a veces cede ante la agudeza de la mente indo-germánica. Y por otra parte, los judíos a veces se avergüenzan de la diáspora y de sus tácticas dudosas y revelan a los «goyim» los terribles secretos de la «Guerra de los Judíos» (Arthur Koestler, Otto Weininger, Carlo Michelstaedtter, Martin Buber, etc.).
El tiempo requiere que actuemos abiertamente. Y por eso es tan valioso que en el campo judío haya tradicionalistas valientes, nobles y profundos que, sin dar un paso fuera de la tradicional lealtad a la religión «yiddish», rechazan la «mentira táctica» de sus hermanos religiosos, llamándonos – a nosotros los indoeuropeos, nosotros los cristianos, nosotros los indígenas – a fortalecer nuestras propias posiciones antes de la batalla final. Nuestros Universos pertenecen a polos opuestos de la realidad. Todo es diferente en ellos – la expulsión y el sufrimiento de la Shekhiná es incomparable con la comunidad espiritual de la élite indoeuropea y el triunfo eterno de la Iglesia cristiana. Sólo hay una cosa que acerca nuestros mundos: aquí y allá, a la «derecha», incluso en campos opuestos, se le atribuye la misma nobleza, el mismo estilo de honor y de justicia, algo por lo que los «liberales» de ambos universos no son conocidos. Aunque esto ciertamente se refiere no tanto a la «derecha» convencional, sino más a los «conservadores revolucionarios», a los intelectuales radicales, a los tradicionalistas y a la élite religiosa.
El mundo «judío» es un mundo hostil para nosotros. Pero nuestro sentido de la justicia aria y la gravedad de nuestra situación geopolítica exige la comprensión de sus leyes, normas e intereses.
La élite indoeuropea se enfrenta ahora a una tarea titánica, comprender a aquellos que no sólo son cultural, nacional y políticamente, sino también metafísicamente diferentes. Y en este caso, «comprender» no significa «perdonar», sino «derrotar». Y «derrotar con la Luz de la Verdad.»
(Traducción Página Transversal)
Fuente: Legio Victrix y The Fourth Politica Theory
Complicado asunto, porque no es posible debatir con aquellos que se niegan a hacerlo, con quienes exigen que sus principios doctrinales y sus hechos históricos son no ya irrenunciables sino ni siquiera cuestionables, al paso que se permiten el lujo de decirles a los demás lo que tienen que hacer. Dejemos al margen el Holocausto -que ya es dejar- y vayamos con otros asuntos de no menos enjundia:
«Mitos fundadores de Israel: ni Éxodo, ni expulsión romana, ni Reino de David, ni de Salomón; ni siquiera origen común»
http://www.burbuja.info/inmobiliaria/historia/564229-mitos-fundadores-de-israel-ni-exodo-ni-expulsion-romana-ni-reino-de-david-ni-de-salomon-ni-siquiera-origen-comun.html