por Orazio Maria Gnerre – En los últimos espasmos del sistema unipolar que sacudieron el mundo, agitando la geopolítica mundial, resurge cada vez más claramente el conflicto subterráneo y nunca desvanecido entre las fuerzas telúricas y la potencia oceánica. En el contexto de las relaciones internacionales, el contraste creciente entre el Este del mundo y el extremo Occidente se vuelve cada vez más agudo, mientras que en el espacio macro continental naciones y países redescubren su propia vocación natural imperial, extendiendo su propia área de influencia para la creación de precisos grandes espacios regionales, para lograr definitivamente una mayor estabilidad y permitirse reaparecer de nuevo en el escenario de la política internacional, proponiéndose incluso como peones del gran tablero de ajedrez mundial.
En esta perspectiva, la Federación de Rusia propone la integración económica y estratégica de la región euroasiática (identificada en la zona centro asiática por los teóricos del eurasianismo y del neo-eurasianismo), acompañada de una contención del fenómeno independentista; Turquía vuelve a una política neo-otomana, favorecida por la presidencia de Erdogan, renegando de hecho de la influencia política que la revolución de los Jóvenes Turcos ha tenido durante más de un siglo, y que entra en conflicto con los intereses pan-árabes (en este sentido, la estrategia de apoyo a la desestabilización por parte de Arabia Saudita y occidental del gobierno sirio es evidente); China extiende cada vez más incesantemente su influencia sobre el Mar Meridional de China, sanando la herida abierta con Taiwan a través de una integración sin problemas en sus áreas de influencia y comercio, pero en conflicto con los intereses de Vietnam y Filipinas que, olfateando la gran estrategia de China, le oponen un creciente orgullo nacional; Europa parece estar desaparecida del cuadro general. No se es capaz, al parecer, de planificar una política necesaria para lograr sus intereses en el mundo, lo que significa, por otro lado, poder afirmar y preservar su propia visión del mundo, una herencia cultural milenaria que, en relación continua con la asiática, árabe y africana (y con frecuencia no distinguida claramente de ellas), siempre ha sido un faro de civilización para los pueblos.
Europa, durante siglos, se ha manifestado como la heredera de la concepción filosófica y espacial del este del mundo. Al este se levantaron los cimientos profundos de la cultura humana, también surgió la concepción telúrica del espacio, las raíces metafísicas del pensamiento religioso, la Revelación cristiana misma ha tenido su manifestación histórica en el oriente de Europa.
Ex Oriente Lux.
Europa, forjada en la fragua de la civilización del Imperio Romano, edificada con las catedrales y la forma política del Sacro Imperio Romano, se ha convertido en la más grande manifestación temporal de los principios espirituales eternos. En ella, la filosofía y la sistematización del pensamiento metafísico, la teología y el derecho, concurrieron para crear una estructura política donde el principio de representación y la orientación teleológica de la sociedad hacia lo Trascendente no impidieran la realización individual, anteponiendo a la misma la objetividad de los valores superiores, del orden orgánico, de la comunidad humana.
Europa, tradicionalmente entendida, no se identifica con Occidente, no se sitúa en la oposición dicotómica entre Oriente y Occidente, no prevé un choque de civilizaciones: ella, patria del universalismo romano, recogiendo el legado del encuentro entre las culturas del Mare Nostrum, es el lugar donde la Civilización misma reside y florece.
Occidente, como categoría cultural nacida durante la decadencia espiritual del Renacimiento y desarrollada con la Ilustración, es la antítesis de Europa tanto como del Oriente.
Si Europa no representa puramente una fuerza telúrica, si se trata del Coastland entre el Corazón de la Tierra (el Vostok* – el surgimiento de la civilización), y la potencia oceánica (el Leviatán – la aversión al principio político, la tendencia posmoderna de la negación de la metafísica, y con esta, de un orden de valores universal y eterno), entonces simboliza, más que nunca, el libre albedrío humano, la capacidad soberana del hombre de poder elegir su propio destino, de poder decidir entre negar su propia naturaleza y dar la espalda a su propia realización, o imponer su propia realización en contra del devenir y de la entropía histórica, afirmando el Ser e irguiéndose en defensa de la Verdad Metafísica, adheriéndose a una Realidad superior que lo incluya y sublime la voluntad.
Pero Europa parece haber perdido la batalla que los tiempos le exigen, parece haber sido sacrificada en el altar de la historia a los intereses del extremo Occidente. Se ha precipitado desenfrenadamente en el abismo de la indecisión, indolencia que le hace ser presa estratégica de intereses extraños.
Sin embargo, mientras ella es el escenario del suicidio de su clase política y de la supresión espontánea de sus propios intereses, abandonándose sin ninguna duda al declinar histórico, Este y Oeste se yerguen nuevamente a enfrentarse en el campo abierto de la oposición estratégica global – fenómeno más evidente que nunca desde el momento de la oposición bipolar – cuales principios primordiales de la Tierra y del Mar, política y economicismo, Nacimiento y Decadencia.
De este escenario, Europa no puede escapar: ella, centro del mundo, representa también la piedra angular de los resultados históricos. La elección que se le impone no es una problemática puramente estratégica, sino que en este sentido se convierte en la identificación de su trágico destino. Se encuentra frente al punto de inflexión epocal: aceptar su propia naturaleza e identidad histórica, volviéndose nuevamente hacia un entendimiento con el Oriente que la salvaguarde a sí misma y a sus intereses, principalmente políticos, o entregarse definitivamente al declinar, decaer, renunciar a su última oportunidad de re-surgir en el mundo, definiendo su propia anulación total en contra de los principios que en su lugar siempre ha afirmado.
Esta es la contingencia histórica en la que es definitivamente necesaria la formulación de una teoría política puramente europea, que integre los elementos que han hecho grande a Europa durante los siglos, con una precisa estrategia geopolítica destinada a la salvaguarda y a la redefinición de su propio papel respecto al orden multipolar.
Si el Sol surge por el Este, es sobre Europa cuando reluce en su cénit.
Este artículo fue publicado en la edición de febrero de Nomos – Bollettino di studi e analisi.
(Traducción Página Transversal).
Fuente: The Fourth Political Theory.
Notas de la traducción:
* Vostok, del ruso: Восто́к, traducido como Este.
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